Hoy quiero contarles algo que me pasó la semana pasada que prometía ser una “catástrofe emocional” por no obtener el resultado deseado, pero que al final me recordó que nada puede repetirse, que cada instante es efímero, y que lo único que realmente importa es el proceso o el viaje.
Si son lectores constantes de este blog, sabrán que estoy actuando en un musical original mexicano llamado “Siete veces adiós”, el cual tuve la fortuna de crear con otros tres amigos y socios. Bueno, la historia de ésta obra es contada por tres personajes, uno es un narrador (L’amore) y los otros dos son Él y Ella, la música corre a cargo de un grupo de talentosos artistas que iluminan la historia con sus poderosas voces y sus instrumentos musicales.
El caso es que, en cuanto a la historia se refiere, el peso cae en dichos personajes, es decir, es un equipo de tres y a veces un dueto entre Ella y Él, por lo que si algo comienza a salir mal, son solo ellos los que pueden resolver y tienen que sacar el barco adelante. Lo bonito del teatro es que tiene vida propia, nunca sabes qué va a suceder en una función, por más que hayas ensayado existen mil variables que pueden salir mal, desde un problema técnico o un descuido artístico, hasta cualquier situación emocional que estés pasando en tu vida.
Volviendo al punto medular de éste breve escrito, nos encontrábamos dando función, contando el cuento, avanzando, viviendo y actuando, cuando de pronto llegamos al clímax de la historia (no se preocupen que no voy a spoilear nada) en donde nuestro trabajo es ir construyendo una discusión, la más importante y, de pronto, comenzamos a saltarnos textos y a olvidar algunas líneas que hicieron que nos saliéramos del momento y entráramos en nuestra cabeza para intentar rescatar la escena. Obviamente salimos adelante, rescatamos lo que pudimos y continuamos, sin embargo, al dejar entrar a la mente en el juego, ésta empieza a generar juicios y culpas, por lo que se formó una pequeña bola de nieve que siguió creciendo, acumulando nuevos errores y falta de concentración hasta que finalmente logramos terminar la función.
Claro que todo salió bien, la historia se contó y el público salió feliz, pero nuestras cabezas no dejaban de recrear aquellos momentos en donde “fallamos”, y de recordarnos “cómo debían ser las cosas”.
Cuando realizas un trabajo con el respeto y la pasión que merece, es muy fácil caer en la trampa del resultado esperado, de lo conocido, de que si no logras obtener exactamente lo que sabes que tenías que obtener, puedes caer en frustración y enojo, tanto contigo mismo como con el equipo. Mi sorpresa vino, cuando me di cuenta de que no me sentía ni tantito decepcionado, ni intranquilo, simplemente acepté que el teatro, como la vida, es una serie de momentos vivos, únicos e irrepetibles en donde lo importante es estar presente y contar la historia lo mejor que se pueda, pero que si sucede algo incontrolable como un error, es importante soltarlo, dejarlo atrás y regresar al momento presente para continuar de la mejor manera posible y, una vez terminado el trabajo, hacer una reflexión y corregir.
Lo sentí como una victoria en mi vida, porque pude no identificarme con la culpa, aceptar lo que fue y recordar que el proceso para llegar a ese momento y todo lo demás que ocurrió en esa función, fue positivo y nutritivo para el alma. Esto me lleva a aquella frase que seguramente todos han leído o escuchado, lo importante no es el destino final, sino el viaje ó, no importa el resultado sino todo lo que aprendes en el proceso.
Me llevo ésta pequeña gran victoria y ojalá no se me olvide pronto.
Que tengamos todos una gran semana.