¿Te ha pasado que alguna frase de esas triviales y cursis de la vida que todo mundo repite, de pronto cobra sentido?
Para que me entiendas mejor, te voy a poner un ejemplo: “se trata del proceso, no del resultado”.
Aunque estoy totalmente de acuerdo con esto, a veces, me resulta un poco cursi, y hasta carente de significado cuando la escucho por todos lados, y especialmente por gente, que es evidente que la dice por encajar, o por un trend de redes sociales. Sin embargo, en otras ocasiones, la vida te hace este recordatorio y queda más que claro que es totalmente cierto. Es aquí donde comienza mi relato.
Estuve unos días conociendo y dando el rol en Hawai’i, en específico en las islas de Kauai y Maui. En ésta última, nos fuimos a conocer un lugar remoto de la isla que se llama Hana. Lo interesante de este lugar que todo mundo recomienda, es que ahí, en realidad, no hay nada extraordinario por conocer, lo bonito es el camino, de ahí el nombre que recibe, road to Hana. Si, adivinaste, lo importante es el camino y no el destino.
Mientras íbamos recorriendo la carretera, me pude ir dando cuenta de esto, los caminos estrechos, tanto, que se debe conducir con mucha precaución, porque es un camino de doble sentido y hay muchos puentes en donde solo cabe un auto a la vez; las vistas espectaculares hacia cualquier lugar donde ponía los ojos. Después de cada curva, una cascada, un árbol con colores del arcoíris, una playa de piedra o de arena negra, un parque nacional, una montaña imponente y viva, albercas naturales formadas por la caída de agua de lluvia, nubes, después sol, luego lluvia y nuevamente sol. Bosques enteros de bambú, como esos que se encuentran en Japón, de helechos de todo tipo, de jengibre y de su olor, vegetación que sólo se encuentra en ese lugar del mundo, cuevas, rocas de lava volcánica, jardines botánicos, aves, y un sinfín de senderos para explorar a pie. Todo esto a lo largo de un recorrido que toma más o menos dos horas, antes de llegar al poblado de Hana y terminar el camino haciendo una caminata de cuatro millas hasta unas cascadas que te quitan el aliento y te hacen sentir que estás en Jurassic Park.
Por supuesto, cuando veníamos de regreso, mi mente reflexiva y asombrada por todo lo que había visto, no tardó en comparar este camino, con el camino de la vida, y con esta frase increíblemente cierta que dice que el viaje de la vida no se trata del destino final, sino del camino que se recorre. Esa frase que he escuchado tanto, se volvió cierta de la manera más literal posible.
Todo en la vida puede caber en esa simple oración. Cuando eres estudiante, se trata de cada día de aprendizaje, más que del día de graduación. En el trabajo, se trata de la experiencia adquirida para poder crecer, y en el camino de la vida es igual, se trata de aprender en cada paso del viaje, para crecer, desarrollarse y disfrutar. Finalmente cuando llegas a la meta final, todo acaba, y lo que te quedas, es lo que experimentaste y aprendiste en el proceso de vivir. Cuando llegas al objetivo final, es simplemente un pueblo común y corriente llamado Hana.